En solfa

Por Héctor Sánchez de la Madrid

Resultó impresionante la llamada “marcha por la transformación” del domingo reciente, que en realidad fue la respuesta oficial a la manifestación ciudadana, libre, responsable y espontánea del 13 de noviembre en la Ciudad de México y 50 ciudades más, incluida Colima, de apoyo al INE y por qué no decirlo, en contra de la decisión del presidente López Obrador de desaparecerlo.

Montado en cólera porque el pueblo, sí, el pueblo que no está con él, que no aprueba su política llena de odio, de división, de racismo y clasismo (el sí discrimina y confronta a todos contra todos), de mentiras, de corrupciones y de violaciones constantes a la Constitución y las leyes que de ella emanan, salió a las calles en desacuerdo de sus intenciones aviesas hacia el órgano electoral.

Utilizando el aparato del Gobierno Federal y el erario a su cargo, al igual que de los Gobiernos Estatales de su partido, Morena, el tabasqueño desfiló del icónico Ángel de la Independencia hasta el Zócalo de la capital del país, escoltado por elementos de la ayudantía (sustitutos de los militares del desaparecido Estado Mayor Presidencial) y cientos de miles de acarreados y algunos simpatizantes.

Las escenas televisadas de “la marcha del ego”, como la nombraron algunos analistas, fueron horripilantes al observar que el Mandatario era zarandeado de un lado a otro por personas que querían entregarle un papel con alguna petición o simplemente saludarlo, tocarlo, que pusieron en peligro, en alto riesgo, la seguridad e integridad física del anciano enfermo de 69 años que funge como Presidente.

Bendito Dios que la gente acarreada —1.2 millones, según el gobierno de la Ciudad de México, que ya sabemos que no saben calcular, pero hagamos bueno el conteo—, se comportó pacífica y educadamente, no cometió desmanes ni destrozos, tampoco, al parecer, los 1,747 autobuses que los acarrearon de distintas partes del país sufrieron accidentes graves en las carreteras.

Al llegar el Mandatario a la Plaza de la Constitución refirió lo positivo que ha hecho en sus 4 años de gobierno, citando verdades a medias y mentiras completas, sin reconocer falla alguna, lo cual es normal en los políticos, sin embargo, su arenga, como siempre, estuvo cargada de rencores, de sectarismos, de divisionismo y de confrontación; ni una palabra dijo de unidad y reconciliación.

Está claro que el político del sureste no comprende que es la máxima autoridad pública en el país y que gobierna para todos los mexicanos, no solamente para quienes pertenecen a su ideología política y viven de sus programas asistenciales, tampoco entiende que constitucionalmente tiene que respetar y hacerles caso incluso a quienes pensamos distinto a él, por el bien de México.

La contramarcha de López Obrador fue patética en todos sentidos, desde su figura cansada, avejentada, excedida de peso y de estómago, hasta los ancianos que fueron acarreados y amenazados de que si no participaban dejarían de recibir su mesada (al igual que quienes perciben otros apoyos asistenciales), que por cierto, no les merecieron ni una silla en el espacio de honor reservado para las y los gobernadores de Morena, así como para el dirigente de ese partido.

Nunca en la historia de nuestra nación un Presidente había salido a la calle a mendigar el apoyo político de quienes ayuda económicamente; jamás en los anales de nuestro país un Mandatario atacó desde el corazón de la Patria a quienes piensan diferente a él, ya fueren apartidistas o partidarios adversos. Su irracional comportamiento público del domingo último no tiene precedentes, lo cual debe ser motivo de preocupación para los mexicanos que amamos a México.

Hago un llamado a quienes simpatizan con el régimen de la Cuarta Transformación o reciben ayudas asistenciales del mismo, para que antepongan el interés de nuestra nación sobre las dádivas que perciben mientras se construyen, sin licitaciones ni presupuestos, obras faraónicas como el AIFA, el Tren Maya y la Refinería de Dos Bocas. Reflexionen lo que está sucediendo en el país, dejen de creer y de adorar a un falso mesías tropical que le está haciendo un gran daño al país y a ustedes mismos.

Lo único que me gustó de la marcha del odio y la división fue el compromiso del presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, que hizo en el casi lleno Zócalo, frente a Palacio Nacional y la Catedral de México, ante 1.2 millones de mexicanos y muchos más que lo vimos y escuchamos por televisión, de que no buscaría la reelección, porque era maderista y respetaba el sufragio efectivo que abanderó la Revolución Mexicana. Espero que ahora sí cumpla su palabra.