Tiempo fuera
Por Héctor Sánchez de la Madrid
Desde la formación de la Corriente Democrática en el seno del Partido Revolucionario Institucional, en 1986, sus fundadores, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y Rodolfo González Guevara, entre otros, se oponían al neoliberalismo y pretendían el regreso del nacionalismo revolucionario que había venido a menos a partir del gobierno del presidente Miguel Alemán Valdés (1946/1952).
El entonces presidente Miguel de la Madrid Hurtado no supo, no pudo o no quiso dirigir a un movimiento político que había surgido al interior del instituto tricolor, canalizando sus peticiones de cambio y abriendo válvulas de escape que le dieran salida a las inconformidades y a los cambios que se pedían y eran necesarios para oxigenar y actualizar al ya maduro y anticuado partido en el poder. Ahí nació el derrumbe.
Un año después el PARM postuló la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas a la cual se sumaron la mayoría de los partidos y fuerzas de izquierda del país para contender, en 1988, por la presidencia de la República. Hijo del general Lázaro Cárdenas del Río, mandatario federal de 1934 a 1940, con clarísimas ideas socialistas, Cuauhtémoc buscó seguir sus pasos luego de una prolongada y encumbrada carrera en el PRI.
Bajo la conducción del hábil e inteligente estratega político, Porfirio Muñoz Ledo, adversario histórico de Miguel de la Madrid, desde que fueron compañeros en la Facultad de Derecho de la UNAM, comenzó a meter en la mente y la conciencia de millones de mexicanos a la antítesis de la personalidad mediática que debe tener un candidato político, basado en el agotamiento que ya sufría entonces el otrora partidazo.
Del lado oficial también contendía un postulante carente de atractivo, Carlos Salinas de Gortari, de estatura baja, flaco, orejón, dientes chuecos y con mala voz, quien cargaba además con el lastre de una administración que él mismo ayudó a conducir, para bien y para mal, que heredó las peores condiciones financieras y políticas del presidente más frívolo e irresponsable de nuestra historia, y vaya que los hemos tenido a montones, José López Portillo.
También del bloque opositor se encontraban contendiendo por el cargo público más importante de la nación, el empresario Manuel Clouthier del Rincón por el PAN, y la luchadora social Rosario Ibarra de Piedra por el PRT. El primero como dirigente de la COPARMEX había convencido a ese sector y a muchos ciudadanos más; la segunda participaba como una madre activista que había perdido a su hijo asesinado durante el echeverriato.
Por primera vez el proceso electoral presidencial era distinto, sobre todo con el de 12 años antes, el de José López Portillo, quien contendió solo, sin adversario, por la presidencia de la República. En esa ocasión, en 1988, había 3 candidatos que representaban a la sociedad mexicana y 1 postulante designado por el sistema partidario que para entonces tenía 59 años en el poder hegemónico y sin empacho alguno iba por 6 años más.
Igualmente, esa vez se estrenaría un Colegio Electoral semiciudadanizado que seguía bajo el mando de la Secretaría de Gobernación, a cargo del inefable y aún vivo y coleando, Manuel Bartlett Díaz, que debutaría un moderno Sistema de Cómputo que daría a conocer públicamente, a los medios y a los ciudadanos, los votos que se estaban realizando a lo largo y ancho de nuestra desde entonces vapuleada república mexicana.
Se vino el gran día, 6 de julio de 1988, los sufragios comenzaron a llegar al Sistema de Cómputo y los resultados empezaron a favorecer al candidato del Frente Democrático Nacional, Cuauhtémoc Cárdenas, por encima del aspirante oficial, Carlos Salinas, enseguida Clouthier y luego De Piedra. A las 8.30 de la noche sale Manuel Bartlett a informar a los medios que el sistema de cómputo “se había caído” y dejó de proporcionar datos.
A las 23 horas, por arte de magia, volvió a reestablecerse el Sistema de Cómputo y, ¡oh sorpresa!, se había dado la voltereta y Carlos Salinas estaba adelante de Cuauhtémoc Cárdenas, no se diga de Clouthier y De Piedra. El representante del oficialismo estaba algunos puntos arriba del 50 por ciento de los votos emitidos, así que era declarado ganador de la contienda por el juez y parte, Manuel Bartlett. Faltaba lo que dijeran e hicieran los demás participantes.
Cuauhtémoc sostuvo que le habían robado la elección presidencial, pero terminó aceptando el resultado adverso. Clouthier declaró que ni Salinas ni él habían ganado los comicios; Rosario había quedado muy abajo. Durante muchos años, hasta hoy, consideré que Cárdenas había sido sumamente responsable al reconocer su derrota y no haber llamado a quienes votaron por él a defender públicamente su preferencia, lo cual, se dijo, pudo ocasionar un desorden incalculable y hasta un derramamiento de sangre. Hoy, a 36 años y casi 4 meses, considero que Cuauhtémoc debió defender en la vía pública y en las plazas públicas el voto popular que le entregaron los ciudadanos y le robaron en el Sistema de Cómputo. Le faltó valor y corazón.