Lo que parecía ser una “neumonía atípica” tres meses atrás, en una ignota ciudad china, hoy ha cobrado la vida de 247,000 personas, y contando. ¿Estamos listos para una segunda ola de contagios?
Difícilmente podríamos responder a esta pregunta que pocos se han hecho. A estas alturas, muchos -que creen en la existencia del virus- apuestan a que todavía se esfume con las altas temperaturas del verano o a una inmunidad adquirida después del contagio-recuperación, incluso a una vacuna que parece nunca llegará.
El Covid-19 ha traído cambios sin precedentes en muchos aspectos de nuestra vida diaria. Tal vez no sea tan malo como pensamos si vemos las aristas que cambiarán una vez que haya terminado el confinamiento.
Por un lado, tenemos a los incrédulos. Aquellos que califican el “confinamiento” de una severa medida que el Estado explota para imponer un control total y, de paso, el enriquecimiento de unos cuantos. Opinan aunque no saben cómo funcionan las medidas que se nos imponen y poco razonan cómo se comportan las epidemias.
Seguramente conforme avance la devastación económica y los cambios en muchos paradigmas, cambiará con ellos la incredulidad que les caracteriza.
Sin embargo, estamos hablando de lo más evidente. Hay que analizar otras situaciones que no vemos de manera inmediata en nuestro entorno y que pocos saben de su existencia. Tal vez sea el momento preciso de abrir los ojos.
Lo cierto es que aquellos que hoy viven horrorizados en la mayoría de los llamados “países de primer mundo”, es la realidad normalizada para millones de habitantes de países del tercer mundo. Sólo un ejemplo podría darnos la respuesta: esto que aquí en México desperdiciamos y llamamos “agua potable”, aunque la tachemos de insalubre, es algo a lo que muchos no tienen acceso.
Según datos de la Unicef y la OMS, cerca de 2 mil 100 millones de personas carecen de acceso al agua potable y 4 mil 500 millones a servicios de saneamiento. Aproximadamente mil 500 millones de niños mueren anualmente por esta causa. ¿Cuántas personas de tu calle conoces que hayan muerto por un mal servicio de saneamiento, drenaje o alcantarillado?
Sin duda alguna, el Covid-19 se ensañará con personas de países como África, cuyos mayores problemas son la desnutrición, un sistema inmunológico deficiente y una nula posibilidad de aislarse en sus hogares por la necesidad de trabajar y alimentarse.
¿Has pensado siquiera en aquellos que atraviesan por la hambruna y la guerra sin Covid-19? Hablamos de la trinidad de la devastación: enfermedad, hambruna y guerra. Tres escenarios que poco conocemos en México. Y si lo estás pensando, te diré que no tienen punto de comparación la enfermedad y hambruna en la que decimos viven muchos pueblos indígenas, con la hambruna y enfermedad en países como África, ni los asesinatos ligados al narcotráfico con genocidios como el de Ruanda.
Algunos vivimos ahora de esas provisiones que teníamos para momentos difíciles. Las lentejas empolvadas, la vieja bolsa de avena e incluso esas latas de sardina que nadie quería, son hoy nuestra salvación. Y eso que aún no hemos visto el peor de los escenarios en México. Aunque muchos digan que los negocios están cerrados y a punto de la quiebra; que los empleados tienen sus cuentas en ceros, y que la ola desempleo ya incrementó la inseguridad y el robo, lo peor aún está por llegar.
No hay un precedente en México para lo que estamos viviendo actualmente y en nuestro afán de evitar la infección vírica, surgen temores de un mayor riesgo de contagio por una mutación del virus, a la par del contagio de la desinformación y la ignorancia voluntaria. Ahora más que nunca justificamos ese abandono en el que tenemos a la mayoría de nuestros ancianos con la excusa de ser un grupo vulnerable, pero ¿cambiará esa idea después del Covid-19?, ¿mejorará el trato que le demos a los ancianos después de que el confinamiento llegue a su fin?
Sin duda alguna, después de esta crisis que vivimos, no solamente por la enfermedad, sino existencia y de identidad, por el alejamiento que hemos tenido con nuestra sabiduría ancestral, debe darnos la pauta para reconectar con las generaciones del pasado para proporcionar una identidad a las venideras.
Muchos vaticinan una nueva generación, gestada en los albores del Covid-19, como resultado del confinamiento. Lo mismo se especula para las personas que se encuentran en su soltería: el aislamiento les ha demostrado que no tienen con quién compartir ese miedo, esa angustia y con quien sobrellevar la soledad que les está causando estragos actualmente.
¿Habrá un cambio, similar al ocurrido después de la Segunda Guerra Mundial: más matrimonios y más nacimientos? Quizás, lo cierto es que éstos contribuirán, en mayor medida, a buscar un proyecto de vida más satisfactorio y conectado con el entorno familiar y de relación cordial con nuestros vecinos. Y si la realidad es otra actualmente, es decir, si estás compartiendo más con quien tú decidiste estar y no está resultando del todo fácil, tal vez te espera un divorcio doloroso pero realista y satisfactorio para buscar una nueva forma de compartir la vida con quien si valga la pena.
Abriendo un poco más el panorama, del núcleo familiar al entorno social, la tarea será combinar nuestro imaginario para tomar acciones y no esperar el “pico de contagios”. Es más que evidente que las cosas no volverán a la normalidad de la noche a la mañana, y por ello nuestra dura tarea es sobrellevar una vida marcada por un virus en el pocos creen. Todos compartimos los mismos miedos y las mismas inseguridades, aunque unos las manifiesten más que otros. Si comenzamos a actuar de manera más responsable y solidaria, tal vez, podremos compartir también la esperanza.
Si volteamos nuestra mirada a otros países, donde la curva de contagios se aplanó, veremos que la crisis económica sólo empeora más y más. La respuesta está y siempre ha estado frente a nosotros: Trabajar en conjunto, es decir, como “naciones unidas” y coordinar la supervivencia humana con un sistema de salud único y de ayuda alimentaria cooperativa de intercambio. Pero la reacción más lógica es el escepticismo y el egoísmo.
¿Cómo saldremos de esta pandemia? Lo más seguro es que no del todo bien. Y aunque ya hemos y estamos viviendo por otras enfermedades que matan miles de personas al año, no hemos aprendido la lección. Si de verdad nos cambia radicalmente la forma de pensar, nuestro confinamiento y redescubrimiento de nosotros mismos, tendremos que agradecer y retribuir al planeta de la mejor manera para demostrar que aprendimos la lección.
*Licenciado en Lingüística. Productor de Noticias de ZER Informativo Colima, colaborador de Meridiano Colima, Colima XXI, E1 Debate Colima, El Centinela MX y El Comentario Semanal. Envíame tus comentarios a fernando_castillo@ucol.mx.