Tiempo fuera
Por Héctor Sánchez de la Madrid

Para Jaime, mi hermano, uno
de mis personajes favoritos

En la familia De la Madrid Béjar fluía el buen humor, resaltando mi mamá y mis tíos Miguel y Carlos, los cuales tienen varias anécdotas muy divertidas que ya les platicaré en otra ocasión, pues hoy me centraré en un descendiente de esa generación, sin embargo, referiré dos relatos breves de los últimos mencionados (de mi mamá ya lo he hecho) para después entrar en el tema que escogí, el cual espero sea del agrado de ustedes.

Mi tía Carmen de la Torre, esposa de mi tío Miguel, tenía un carácter fuerte, como todas sus hermanas, dicho con todo respeto, del cual hacía gala su marido, a la par, su cuñado Jesús de la Torre Fernández, casó con la señora Teresa Escobosa Hass quien también era de temperamento enérgico, razón por la que el doctor De la Madrid la nombró “la vengadora”, en alusión a los esposos, supuestas víctimas de las De la Torre.

Mi tío Carlos, quien desde muy joven comenzó a perder la vista pero nunca el buen humor, era muy simpático y mal hablado, como todas y todos los De la Madrid, sin excepciones. Contrajo nupcias con mi tía Laura Virgen procreando a 9 mujeres y 4 hombres (13). En una ocasión, mi tío Carlos le comentó a mi tía en un tono serio, preocupado: “Oye Laura, tú sabes porque serán tan mal habladas las cabronas de mis hijas”.

De la generación siguiente a los De la Madrid Béjar, si bien hay parientes agradables, primas y primos, realmente simpáticos solamente considero a dos, mi hermano Jaime Sánchez de la Madrid y Guillermo Espinosa de la Madrid, valoración personal con la cual espero no herir susceptibilidades, los hay o hubo amenos como Manuel mi hermano o Carlos de la Madrid de la Torre, por citar dos ejemplos, pero no como los otros.

Estábamos mis papás y yo en la casa de mi tío Pablo Silva García, en Cerro Gordo, Campestre Churubusco, en 1966, la víspera de su nominación como candidato del PRI a la gubernatura de Colima, con mi tía Enriqueta Echartea y mis primos Carlos, Laura y Francisco (Pachos), cuando mi papá dibujó a Jaime, el único de los Sánchez de la Madrid que no conocían los mencionados: “Es alto, delgado, tableado, tostado por el sol, con unas espaldas de este tamaño y una cintura… “, cuando lo interrumpí y comenté: “papá, mejor no sigas hablando así de mi hermano, cuando lo conozcan se van a decepcionar”, haciendo reír a los ahí presentes.

Jaime es uno de mis personajes favoritos, tiene mil y una anécdotas buenísimas, sus respuestas, sus ocurrencias, las situaciones chuscas que le han pasado pudieran escribirse en varios libros. Su carácter nervioso y a la vez despreocupado, su visión de la vida es única, nació para pasársela bien y para hacer que sus amigos se la pasen igualmente bien. Casado con Esthela Schulte, procrearon a una hija y dos hijos. Alvaro Meneses lo bautizó hace muchos años como “El Jet”, porque siempre que salía dejaba estela.

Durante dos décadas, por lo menos, fue uno de los mejores charros de Colima, el motor y el alma de la Asociación de Charros Camino Real, concursó en el lienzo Charro de La Viga, en el entonces Distrito Federal, en el Campeonato Nacional de Charro Completo y quedó en un honroso tercer lugar, aquí en Colima obtuvo dos primeros lugares nacionales también en el Charro Completo, practicaba todas las suertes de la charrería, desde la cala de caballo, las colas, el jineteo de toros y caballos, la soga para lazar y manganear, hasta el muy peligroso “paso de la muerte” que consiste en montar un caballo a pelo y perseguir en el ruedo a otro equino salvaje y sin silla, arreado por dos o tres charros a caballo hasta que el jinete salta de uno al otro.

Inquieto, incapaz de calentar una silla, emprendió varios negocios en los que le fue muy bien, como la discoteca “El Hormiguero” en la céntrica Calle Real (Hoy Francisco I. Madero) que fue todo un éxito durante un tiempo; la Impresora Gutenberg en Colima y Manzanillo; el Mesón de Caxitlán donde preparaban el borrego a la barbacoa; la Carnicería La Cima en Santiago, Manzanillo. Fue gerente de publicidad en “Diario de Colima” y director general de “Diario de Manzanillo”; escribía la columna “Es tema…” en la que abordaba los sucesos en boga con su peculiar estilo.

En 1988 nuestro primo Alejandro Meillón Sánchez (hijo de mi tío Arturo Meillón de la Madrid, primo hermano de mi mamá) dejó la Dirección Estatal de Tránsito para ocupar la candidatura a la alcaldía de Manzanillo, Jaime me llamó para pedirme que le solicitara al gobernador Elías Zamora Verduzco que le diera ese cargo, lo hice y Elías me contestó que le quedaba mejor la Delegación Municipal de Tránsito en Manzanillo, otorgándole el nombramiento. Al enterarse Manuel mi hermano, tres años mayor que Jaime, le comentó en broma: “A los 45 años un hombre o una mujer empieza a tramitar su jubilación y tú apenas vas a empezar a trabajar”, replicándole Jaime: “Estás equivocado, ¿sabes cual es mi cargo?”, respondiéndole Manuel: “¡director o jefe de Tránsito!”, contestando el interrogado: “¡No, soy delegado!”, volviendo a interrogarlo: “y eso qué tiene, ¿acaso los delegados no trabajan?”, culminando la controversia: “No, ¡delegan!”.

Una vez, al llegar a la Delegación de Tránsito Municipal, se encontró en la entrada a dos señores discutiendo acaloradamente, Jaime los saludó y se dirigió a su oficina, ya en ella le preguntó a su secretaria que traían los dos tipos, respondiéndole que habían chocado sus vehículos y se echaban la culpa uno al otro, Jaime le pidió que los atendiera uno de los peritos, contestándole la asistente que los dos que tenían se habían ido a cubrir sendos accidentes de tránsito, por lo cual el delegado le pidió a su ayudante que los pasara a su cubículo. Entraron, les preguntó lo que había pasado y comenzaron los dimes y diretes entre ellos cada vez más caldeados, hasta que Jaime intervino para decirles: “Momento, no me falten el respeto, soy la máxima autoridad de Tránsito en Manzanillo; ¿ustedes ya se conocían?, porque veo que se traen ganas –negando los dos el cuestionamiento–; como sea, no puedo permitir que se peleen en mi despacho, sin embargo, pueden salir de la delegación y ya afuera agarrarse a golpes y quitarse el coraje, después regresan conmigo y se arreglan. Los señores pelaron los ojos, voltearon a verse, y uno de ellos le dice al otro: “¿Yo pago lo mío y tú lo tuyo?”, asintiendo de inmediato la contraparte. Señor delegado, ya llegamos a un arreglo, gracias por su intermediación.

En las primeras horas de la madrugada se encontraba un grupo de amigos en la casona de “La Granja Amalia” –un rancho de los Sánchez de la Madrid, frente al Campo de Golf Napoleón Ramos Salido, donde vivía mi hermano Jaime con su familia–, integrado por nuestro personaje, Manuel mi fraterno, Armando Pérez de la Torre, Luis Arturo “Chicho” Barragán, Nacho Ventura Arellano “El Charro Azul” y Germán de la Mora, platicando sobre los problemas que atravesaba el país –iguales que ahora, pero menos graves–, a fines de los años 70, sobre la situación económica que sufríamos, del campo que estaba en crisis, de la inseguridad que aumentaba exponencialmente, de la nación que la dirigían al precipicio (como ahora), cuando de pronto Armando le espeta a Jaime, que para entonces ya tenía sueño y estaba enfadado del coloquio acerca de la problemática del país que nadie iba a resolver (igual que hoy) y que ya le andaba para que se fueran sus amigos e irse a dormir: “Jaime, lo que está sucediendo es insoportable, tenemos que hacer algo contra este cabrón gobierno, ¿tú te levantabas en armas?, contestando mi hermano: “¡Claro que sí, pero después de las 12!”, atacándose de risa y poniendo fin a la conversación a deshoras de la noche.