En solfa
Por Héctor Sánchez de la Madrid

A los tapatíos les dicen “chilangos lights”
porque son igualitos a los capitalinos…
¡pero poquito menos!
A los morenistas de la 4T les podrían decir
“super priistas” ya que son similares a los
tricolores… ¡pero bastante peores!

Imposible que nuestro país termine bien bajo la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, no sé si hoy o mañana, el mes próximo o el siguiente, este año o el último de su sexenio, pero creo que en cualquier momento del tiempo que le queda a su mandato (el 30 de septiembre de 2024 finaliza, si no decide alargar su periodo indefinidamente) la nación va a colapsar irremediablemente.

Desde el 1 de diciembre de 2018 que tomó posesión de la presidencia de la República, López Obrador no ha dejado un día de pelearse con quienes discrepan de sus ocurrencias políticas, sociales y administrativas, difamándolos, calumniándolos, insultándolos, agrediéndolos, por diferir de sus medidas gubernamentales, por no estar de acuerdo con su forma de gobernar, por el simple hecho de pensar diferente.

Ha agarrado por parejo, no le ha importado confrontarse con los sectores, condiciones y niveles que sean, ya fuera para solicitarle al Papa y al Rey de España que les pidan perdón a los autóctonos que fueron víctimas de la conquista española entre 1519 y 1521, ¡hace 600 años!, o con la presidenta de Perú a quien no reconoce, o con altos funcionarios y representantes de Estados Unidos de América, por cualquier motivo.

Desde luego que los periodistas, los intelectuales, los opositores, las feministas, los empresarios, los neoliberales, los conservadores, los fifís, etcétera, no se han escapado de sus ataques y sus diatribas en sus insoportables conferencias mañaneras, sus aburridos y somníferos discursos, al igual que sus lentísimas y repetitivas declaraciones a los medios de comunicación. Por discrepar con él, a todas y todos insulta.

Autonombrado democrático y respetuoso de las libertades —particularmente la de expresión—, de que a nadie odia ni le guarda rencor, se le olvida cuando le espetó al presidente Vicente Fox: “!Cállate chachalaca!”, o durante toda su administración en que ha injuriado a sus opositores, nombrándolos: “racistas, coruptazos, rateros, clasistas, hipócritas, aspiracionistas, déspotas, deshonestos, simulados (sic), ladinos, sabiondos”, etcétera.

Nunca en los 77 años de dominio priista un presidente de la República perteneciente a ese abanderamiento se acercó a la soberbia y arbitrariedad con las que se comporta el mandatario dueño de Morena —grupo de tribus que lo llevó a la Primera Magistratura del país—, para pisotear, mancillar y desaparecer a muchas de las instituciones que los mexicanos creamos en esa era que tuvo grandes aciertos y también múltiples errores.

No se vaya a confundir quien me está leyendo que estoy defendiendo al Partido Revolucionario Institucional o a sus militantes distinguidos, ya que si bien, como ya lo dije, en su tiempo fundaron grandes instituciones y excelentes programas, también hartaron a las y los ciudadanos por su incapacidad de erradicar sus vicios y de rehabilitarse políticamente. Por esa imposibilidad congénita al cambio estamos en el borde del precipicio.

Está claro que hubo una negociación entre el mandatario Enrique Peña Nieto y el entonces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, para abrirle el camino a la presidencia de la República a cambio de impunidad para el primero (con todo y colaboradores) si el segundo ganara el máximo cargo público en el país, ayudándole Peña Nieto en la campaña electoral y López Obrador brindándole protección oficial.

A pesar de la traición que cometió Enrique Peña al entregarle a Andrés Manuel el más alto cargo público en la nación y por consiguiente la golpiza electoral que recibieron los priistas en 2018, sus dirigentes partidarios y miembros notables no han dicho ni media palabra al respecto, son incapaces de hacer un señalamiento público, simplemente dan la vuelta a la página y como si nada hubiera pasado siguen adelante.

No entienden que para salir del hoyo en el que los dejó Peña Nieto necesitan hacer una purga de malos elementos y convencer a buenos ciudadanos a ingresar a las filas tricolores, es la única salida que tienen. Ante su incompetencia para cuestionar, debatir y confrontar al gobierno presidencial y a los estatales, sus adversarios empoderados los masacran todos los días. Tienen miedo a enfrentarse por su pasado ominoso.

Es desesperante que mientras el presidente López Obrador cada vez da visos mayores de convertirse en dictador, quitándonos espacios de la libertad democrática que los mexicanos construimos durante décadas, los priistas se cruzan de brazos ante la demolición de nuestras instituciones y se confrontan entre sí dividiendo a su partido en lugar de unirse para frenar las medidas regresivas y antidemocráticas del régimen impositivo y autoritario.