Adalberto Carvajal

PRINCIPIO DE PETER:

Amplios sectores de la opinión pública están convencidos que el presidente López Obrador llegó a su nivel de incompetencia con la crisis sanitaria, económica y social generada por la pandemia del coronavirus.

Esa es, en buena medida, una percepción infundida mediante una campaña de odio que pretende hacernos olvidar por qué 30 millones de mexicanos votaron por él.

Pero, en menor grado, la percepción también es resultado de los errores de Andrés Manuel y sus colaboradores para construir un discurso coherente sobre los alcances de la plaga y los esfuerzos del gobierno para contenerla.

Con todo, si liberamos nuestro criterio de la pejefobia que amigos y conocidos intentan transmitirnos a través de las redes sociales, existen elementos de juicio para decidir por nosotros mismos si el gobierno de la 4T está enfrentando la epidemia responsable y eficazmente, o no.

 

TODOS SON EPIDEMIÓLOGOS:

Es complicado evaluar la acción gubernamental cuando gran parte de los argumentos en contra corresponden a la propaganda generada por el lobby empresarial, en especial los cabilderos del sector farmacéutico y de insumos medico-hospitalarios.

Hartos de escuchar a conocidos periodistas improvisarse como publicistas de ese lobby, desearíamos conocer las opiniones de expertos que no respondan a intereses particulares.

Ya hemos oído a quienes fueron secretarios de Salud con Fox, Calderón y Peña Nieto, opinar sobre la estrategia epidemiológica de López Obrador. Pero a esas voces les falta autocrítica y las desautoriza el triste legado, en materia de salubridad, de las administraciones a las que sirvieron.

Dicha herencia es un sistema público de salud desmantelado, cuyo rezago habría sido imposible resarcir en un año, así como cuadros de desnutrición en los más pobres o pésimos hábitos alimenticios y nulas prácticas deportivas en los deciles poblaciones de mejores ingresos.

Las enfermedades metabólicas son consecuencia indirecta de la falta de una educación física y la tolerancia del Estado ante la venta de comida chatarra en escuelas o el consumo de tabaco, alcohol y drogas.

Mientras en Europa las víctimas mortales del Covid-19 son octogenarios, en México está habiendo decesos a edades más tempranas porque obesidad, diabetes, dislipemias (cifras elevadas de colesterol y triglicéridos) e hipertensión son enfermedades endémicas.

 

ESPEJITO, ESPEJITO…

Quienes opinan que López Obrador está pasmado ante la pandemia y que su gobierno fue rebasado, podrían responder a una pregunta: ¿cómo lo habría hecho Ricardo Anaya o José Antonio Meade?

En las democracias parlamentarias hay una figura a la que la oposición recurre para marcarle el paso al gobierno: el “gabinete en la sombra” o, como sería más afortunada la metáfora, el “gabinete espejo”.

Aunque sus detractores descalificaron la idea tachándola de ocurrencia, eso mismo era el ministerio que acompañó al “presidente legítimo” López Obrador de 2006 a 2012.

En estos momentos sería enriquecedor que una leal oposición nos mostrara su alternativa para enfrentar la crisis sanitaria, y que la administración pudiera mirarse en el espejo del contragobierno.

De paso, podríamos revisar también los posibles vínculos de legisladores y gobernadores de todos los partidos con el lobby que pretendió venderle al gobierno federal, a precios exorbitantes, test para detectar el Covid-19 o cargamentos de tapabocas y guantes, entre otros insumos.

 

REDUCIR LA INCERTIDUMBRE:

Como no tenemos un ministro de Salud en la sombra, me quedo con la opinión del vocero oficial para la epidemia, el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud, Hugo López-Gatell.

Vale la pena escuchar también al titular de la Comisión Coordinadora de los Institutos Nacionales de Salud y Hospitales de Alta Especialidad, Gustavo Reyes Terán, y al jefe de Infectología del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias, José Arturo Martínez.

Los tres han salido a los medios públicos a explicar, en forma sintética, la situación del país frente a la pandemia. Y en siguientes columnas iremos presentando algunos de los conceptos que manejan los responsables de contener la epidemia y paliar sus efectos.

No me guía otro afán que ofrecer datos y enfoques distintos a los difundidos como parte de una campaña de desinformación que, en el curso de un golpe blando contra la 4T, busca crear pánico a partir de la incertidumbre.

 

YA ES PRESIDENCIABLE:

Habilitado como vocero del sector, ciertamente por su carisma de comunicador, a López-Gatell ya lo ven algunos no sólo como inminente secretario de Salud sino hasta como presidenciable.

Ponderado como un técnico (tiene un doctorado en Epidemiología por la universidad John Hopkins, donde también realizó una estancia posdoctoral), ‘san Hugo’ o como lo llamaríamos en forma laica ‘Salugo’, es un hombre de izquierda que participó en el movimiento estudiantil de 1999-2000 contra el aumento de cuotas en la UNAM.

Tomó la Rectoría convencido que la educación superior puede ser gratuita sin que ello demerite la calidad. Y esa defensa de lo público anima ahora su trabajo en la Secretaría de Salud.

Entrevistado por John Ackerman en su programa Diálogos por la Democracia del 5 de abril de 2020 en TV UNAM (https://www.youtube.com/watch?v=khP0jnZebjc), López-Gatell coincide que en estos últimos sexenios del neoliberalismo hubo un proceso de privatización, es decir, de supresión de lo público, que llevó al desmantelamiento del Estado de bienestar en materia de salud.

“Desde los tardíos años 90 pero definitivamente a partir del año 2000 –explica el Subsecretario–, cuando se da esta reconversión completa del modelo de financiamiento y se crea el Seguro Popular, hubo un interés deliberado por disminuir las capacidades públicas: instalaciones, procesos, protocolos y servicios, los cuales se empezaron a desplazar a proveedores privados.

“La apuesta clave –y es una apuesta ideológica finalmente– del modelo de protección social en salud que se estableció en el sexenio 2000-2006, fue que el mercado privado era capaz de proveer servicios para la población. Pero lo que es claramente demostrable es que el sector privado nunca tuvo en México interés de cubrir las necesidades mayoritarias.

“Los empresarios buscaban lucro y en realidad nunca hubo avance, por ejemplo, en la construcción de hospitales, excepto en algunos casos que me va a interesar destacar más adelante, con un modelo muy desviado”, enfatiza López-Gatell.

 

SERVICIOS INTEGRALES:

En los años del neoliberalismo “no hubo una inversión sostenida o sustentable en servicios que son clave para el funcionamiento del sistema de salud”, opina el Subsecretario.

“En cambio lo que proliferó, y por demás extensamente, fueron servicios accesorios o servicios auxiliares de muy baja calidad, pobremente regulados y oportunistas en términos de subcontratación de aparatos, medicinas y servicios”.

Con el eufemismo “servicios integrales” se conoce a la caja negra donde había una serie de proveedurías oscuramente cotizadas, dice el funcionario. El gobierno quedó “a expensas de unos monopolios, en algunos casos oligopolios, que daban estos servicios empaquetados”. Pero como “la cotización no es clara, estaban en sobreprecios indiscutiblemente” y en realidad aportaban un valor limitado a los servicios.

Ya en una mañanera, López-Gatell había hablado del monopolio que ejerce chantaje al sector salud, no sólo en la proveeduría de medicinas sino, en general, en servicios como el tamizaje metabólico y radiodiagnóstico para los programas de salud pública, así como en “insumos auxiliares” (laboratorios) para centros de salud, clínicas y hospitales.

“México tiene una magnífica red nacional de laboratorios de salud pública, pero podríamos haber logrado muchísimo más de no haber existido una barrera tácita para que el gobierno no se metiera a un mercado que está copado por cuatro o cinco grupos de interés que dominan el diagnóstico por laboratorio en las unidades de salud”, sentencia el funcionario.

 

INCONCLUSOS 307 HOSPITALES:

Y luego está el fraude institucional de los hospitales. En 2018 esta administración recibió 307 hospitales que “estaban a medio construir o casi construidos, pero no equipados. Algunos incluso terminados, pero sin personal. Muchísimos deteriorados porque no se terminó la obra. Había hospitales en obra negra y otros que se construyeron en propiedad comunal, que ahora está en litigio”.

El contraste en el estilo personal de gobernar es muy marcado, sugiere Ackerman. Mientras Peña Nieto alcanzó a inaugurar hospitales que no eran sino galerones vacíos, cuyo equipamiento se retiraba al día siguiente porque solamente lo habían prestado para la foto, López Obrador se negó recientemente a recibir una instalación a la que le faltaban detalles y no era completamente funcional.

De haberse concluido estos 307 nosocomios, nuestro sistema hospitalario sería hoy más robusto. Pero, como pregunta Ackerman, ¿aún estamos a tiempo de lograr un plan de reconversión para enfrentar esta emergencia?

“Con algunos hospitales sí, y justo es lo que estamos haciendo”, revela López-Gatell. Sin embargo, la población debe tener claro en qué condiciones “estamos” enfrentando la pandemia de coronavirus.

En menos de dos años de ejercicio, “hemos logrado algunos progresos en el sistema nacional de salud”. Pero, básicamente, tenemos un rezago mayúsculo no sólo en instalaciones sino en personal. Hay un déficit de más de 36 mil enfermeras con respecto a las necesidades”.

Existen índices internacionales en cuanto al número de camas, hospitales, médicos o enfermeras que debe haber por cada mil, diez mil o cien mil habitantes. “Y en todos estamos por debajo en México, aun si asumiéramos un sistema de salud bien articulado, eficiente e integrado, que no lo tenemos y eso es un reto enorme”, resume López-Gatell.

 

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