Adalberto Carvajal

PERIODISMO CHINTINOSO:

No crean, a mí también me gustaría que el Presidente tuviera un discurso político que tomara más en cuenta al círculo rojo. Que incluso previera esa lectura prejuiciosa a todo lo dicho por López Obrador, que harán la prensa y las redes sociales manejadas por la oposición.

Pero es complicado hacer una comunicación gubernamental que pueda contrarrestar los efectos perniciosos del periodismo chintinoso, especialmente cuando el Estado ya no pretende asegurar la lealtad de los medios mediante jugosos convenios de publicidad oficial, chayotes o contratos de obra pública, proveeduría y servicios.

Según la revista Algarabía, chintinoso –un localismo en el occidente de México– “es sinónimo de quisquilloso o tiquismiquis; es decir, es todo aquel que pone especial atención a nimiedades, y es tan escrupuloso con los detalles que jamás se le da gusto”.

Así, pues, columnistas, comentaristas e influenciadores llevan toda la semana criticando a López Obrador porque asumió estar protegido del coranavirus con toda clase de amuletos, desde los propios de la religiosidad popular mexicana (estampitas y escapularios como “el detente”) o de la superstición chicana (un billete de dos dólares), al famoso talismán del folclore irlandés: un trébol de cuatro o cinco hojas.

 

¡DETENTE SATANÁS!

Más allá de la anécdota, el mandatario insistía en que, mientras la autoridad sanitaria no lo determine, no es necesario adelantar las medidas de aislamiento social. Amén que no quiere perder contacto con la gente, conoce las consecuencias que estas medidas tendrán en la economía familiar.

Sin embargo, los medios conservadores (y aquí sí, ni modo, vale la polarización) se empeñan en mostrarlo como un estadista irresponsable, que supuestamente no toma en serio la pandemia.

Craso error de la oficina de Comunicación Social de la Presidencia es no haber preparado una campaña de educación para la salud que ofrezca información científica (esto es, veraz, clara y precisa) sobre los riesgos de contagio del Covid-19, y sobre las repercusiones que tendrá en el sistema hospitalario un disparo en el número de infectados con síntomas graves. Lo dicho en las conferencias de prensa matutina y vespertina en Palacio Nacional, no es suficiente.

También es imperdonable que el Gobierno haya permitido que la conversación pública fuera saturada con toda clase de mitos y creencias acerca del origen y los alcances del coronavirus. Pero lo que se puede explicar por la ignorancia y la mala fe de quienes generan contenidos para las redes sociales, no se justifica en aquellos que se dicen periodistas.

En su afán de revancha contra el régimen que les quitó sus privilegios, medios y comunicadores han propalado mentiras respecto de la situación particular de la epidemia en las distintas regiones de México, negándose a contrastar esas versiones con la información oficial.

 

SE OCUPARA O NO:

Al mismo tiempo, me gustaría que el subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud fuera menos frío en la exposición de su estrategia epidemiológica; que pensara menos como economista y más como político.

Quizá el problema es que Hugo López-Gatell cree que participa en un proceso de comunicación de la ciencia y no en uno de divulgación. No está entre pares y sólo otros epidemiólogos entienden el razonamiento probabilístico que subyace en una frase como la siguiente:

“Vamos a suponer que tenemos una escuela de mil niños, nadie está infectado y de repente de esos mil un niño tiene la infección; si yo cierro la escuela en ese momento voy a tener un efecto positivo, porque estoy evitando que un niño contagie a 999 niños.

“Si yo, en lugar de cerrar la escuela en ese momento me espero a que la escuela tenga, por ejemplo, 10 niños infectados, puedo cerrar la escuela y esa medida aplicada a 10 contra 990 es más efectiva que si la cierro cuando es sólo uno contra 999.

“Si me espero aún más y tengo, por ejemplo, 100 niños infectados, es todavía más efectiva la intervención, porque estoy evitando que 100 tienen una mayor fuerza de infección, así se llama técnicamente, para contagiar a los 900 restantes, y así sucesivamente hasta llegar a un punto en donde llegó a la máxima utilidad de la intervención y es cuando un volumen muy grande, vamos a pensar, 400 niños, tienen la fuerza de 400 para infectar a los 600 que restan, esa sería la máxima utilidad de la infección.

“Pero si yo me espero hasta llegar cuando haya, por ejemplo, 400 infectados y 600 no infectados también puede ser demasiado tarde, porque ya no protegí a todos los que se fueron infectando. Si era uno en mil la utilidad es baja, si era 400 en mil la utilidad es máxima, pero es demasiado tarde.

“Entonces, tengo que encontrar un punto ideal, un punto óptimo. Esto está bien estudiado y se sabe que es el punto de inflexión precisamente cuando empieza a cambiar la curva epidémica, que es la máxima utilidad de las intervenciones de distancia social”.

Y como esa, hay un sinfín de razones “para no hacerlo demasiado temprano”, subrayó López-Gatell.

El ex presidente Felipe Calderón que, ante la emergencia sanitaria de 2009 con el H1N1, ordenó el cierre de todos los establecimientos y la suspensión de toda clase de actividades, ‘se ocupara o no se ocupara’ (diríamos para hacerle juego a su gusto por los refranes), simplemente no entiende una razón epidemiológica como esta. Además, editó el video para hacer decir al Subsecretario lo que no dijo en realidad.

 

UNA FUERZA MORAL:

No le ha ido tampoco bien a López-Gatell cuando trata de simplificar su discurso:

“Casi sería mejor que (el presidente) padeciera coronavirus, porque lo más probable es que él en lo individual, como la mayoría de las personas, se va a recuperar espontáneamente y va a quedar inmune y entonces ya nadie tendría esta inquietud sobre él”, comentó el 16 de marzo.

Lo dijo con el mismo pragmatismo con el que las madres de antes acostaban al hijo sano junto al hermano enfermo de sarampión o varicela, para que de una vez la infección les pegara a los dos y no tuviera la familia que empezar una segunda cuarentena cuando ya tendrían que estar saliendo de la primera.

En otro momento, para justificar que el Presidente continué con sus actividades públicas dijo López-Gatell a uno de los reporteros de la fuente:

“La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio, en términos de una persona, un individuo que pudiera contagiar a otros. El presidente tiene la misma probabilidad de contagiar que tiene usted o que tengo yo, y usted también hace recorridos, giras y está en la sociedad. El presidente no es una fuerza de contagio. Entonces, no, no tiene por qué ser la persona que contagie a las masas; o al revés, como lo dije antes, o al revés”.

Luego del manejo chintinoso que le dio la derecha a sus declaraciones, el vocero presidencial Jesús Ramírez tendría que haber instruido al Subsecretario en cómo no dar pie a distorsiones. Ahora bien, es imposible no hacerlo cuando priva la mezquindad de los redactores que interpretaron lo que dijo López-Gatell como una proclamación de la santidad de Andrés Manuel.

 

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