En solfa
Por Héctor Sánchez de la Madrid

¿Recuerda usted haber vivido alguna situación igual o siquiera parecida a la que estamos atravesando desde 2018 cuando inició el mandato del presidente Andrés Manuel López Obrador? ¡No!, ¿verdad? Para los que peinamos canas y algunos ya ni eso, lo más grave que sufrimos en la segunda mitad del siglo anterior fue la masacre de Tlatelolco del 2 de octubre de 1968 y la caída del sistema de computo de los comicios presidenciales de 1988.

En cualquier régimen democrático del mundo la máxima autoridad de un país, llámese presidente, primer ministro, canciller, etcétera, gobierna con responsabilidad, madurez y buen juicio, apegándose a la Constitución, al estado de Derecho, cumpliendo y haciendo cumplir las leyes que los rigen, dirigiéndose con respeto a las y los ciudadanos, a sus adversarios e inclusive a sus propios detractores, dialogando y hasta debatiendo inclusive.

Los jefes de Estado conservan sus garantías individuales, pueden hablar de cualquier tema político, social y económico, sin embargo, deben cuidar el tono, el matiz y el volumen de lo que digan ya que su voz y posición es muy fuerte y repercute bastante más que la de una persona común, no pueden, no deben ponerse al tú por tú con nadie, para que los respeten tienen que respetar a quienes piensan y hablan diferente, también ellos tienen sus derechos.

Tenemos 5 años, dos meses y 21 días (hasta hoy) de escuchar todos los días al presidente López Obrador difamar, calumniar, dividir, confrontar, agredir, ofender, mentir, engañar sin que se perciba el menor asomo de que vaya a cambiar su terrible estilo para gobernar, al contrario, se le nota cada vez de peor humor, de mayor intolerancia y de más agresividad hacia quienes difieren de lo que dice y hace diariamente; genio y figura hasta la sepultura.

Está claro que de las dos personalidades que mostró en sus tres campañas a la presidencia de la República, la primera que ofrecía una administración honesta, democrática, transparente, justa e igualitaria fue una quimera que prometió y no cumplió; mientras que la segunda, la del político ventajoso, autoritario, opaco, majadero y mentiroso, que lo observamos y constatamos siempre durante sus giras por el país las multiplicó exponencialmente como mandatario federal.

Hay quienes comparan a Andrés Manuel y a Morena con los pésimos presidentes priistas y el malísimo PRI del pasado con el objetivo de explicar a los primeros y denostar a los segundos, como si el que hubiera nacido partidariamente en el seno tricolor y formara su partido a semejanza de su cuna política justificara al macuspanense y a su abanderamiento, lo cierto es que López Obrador y Morena rebasaron por mucho, en lo pésimo, a los modelos políticos y partidistas que siguieron.

Ningún mandatario federal, desde Plutarco Elías Calles hasta Ernesto Zedillo Ponce de León y el reintegro de Enrique Peña Nieto, cometieron tantas violaciones a la Constitución y las leyes que nos dirigen; tampoco otorgaron infinidad de contratos de obras públicas sin licitación a los amigos del presidente o a sus hijos; menos construyeron elefantes blancos que nadie pidió y que de antemano sabía que no iban a funcionar ni se recuperarían los costos de los berrinches.

En la recta final del infierno que estamos padeciendo tendremos que pasar por los comicios del 2 de junio que se acerca inexorablemente, en un entorno que día a día se enturbia más por las constantes declaraciones violatorias de la Constitución y la ley electoral que regula los procesos electorales sin que la autoridad correspondiente le llame la mínima atención al sátrapa por el miedo que le tienen a sus reacciones autoritarias o porque pertenecen a su cofradía de incondicionales.

El domingo reciente se realizó en la capital del país y en 122 ciudades la “Marcha por la Democracia” en la que se demandó al presidente López Obrador que saque las manos y el cuerpo entero del proceso electoral en el que se elegirá a quien lo suceda en la presidencia de la República. El clamor de varios cientos de miles de personas que marchamos en paz y con orden fue el de exigirle a él, a su gobierno y sus achichincles elecciones limpias, libres y pacíficas.

En el ejercicio constitucional de la libertad de expresión y de manifestación de ideas y opiniones en la vía pública, Lorenzo Córdova Vianello fue el único orador en el Zócalo de la Ciudad de México inundado de patriotas, quien interpretó a cabalidad el sentir y el pensar de quienes salimos a las calles y las plazas a expresar nuestra preocupación, válida y genuina, de que podría descomponerse y coartarse la elección presidencial del cercano 2 de junio. Fue un aviso a tiempo.

La reacción del mandatario fue autoritaria, como siempre lo ha sido en su larga carrera política, se puso furioso y la agarró contra las y los ciudadanos manifestantes calificándolos de hipócritas, corruptos y oligarcas, denigrando la investidura que representa como ningún otro presidente lo ha hecho en la historia de nuestro país. Ofender, calumniar y difamar al pueblo manifestante como él lo hizo es una señal clara de que ha perdido la razón y el rumbo, también de que se da cuenta que tiene los días contados en el poder presidencial y que siente pasos en la azotea.