Por Héctor Sánchez de la Madrid

En las últimas semanas se han suscitado varios escarceos promovidos por el presidente Andrés Manuel López Obrador que evidencian su preocupación por el resultado adverso que podrían tener, él y su partido, en las cercanas elecciones presidenciales de 2024. Obsesionado en conservar la presidencia de la República, para él o interpósita persona, más allá del fin de su mandato, le importa un bledo la gobernanza y todo lo inherente.

El asesinato mediático del aún dirigente del PRI, Alejando Moreno Cárdenas, Alito, que lo obligó a presentar una iniciativa de reforma constitucional en la Cámara de Diputados para alargar hasta 2028 el permiso para que las fuerzas armadas permanecieran en las vías públicas, es la mejor prueba de que hubo una negociación en lo oscuro, pues al hacerlo, como por arte de magia se detuvo el golpeteo infame.

Sin confirmar, corrió la noticia de que se amenazó a Alito de enjuiciarlo a él o a un familiar cercano si no accedía a entregar la enmienda de marras en la Cámara Baja, lo que puso de bruces al hasta entonces combativo político campechano. La jugada política conllevaba el propósito de aniquilar al dirigente y sacarlo de la contienda presidencial, sobre todo, de dividir o terminar la alianza Va por México.

La evidencia de que hay alarma en la estrategia política del presidente López Obrador y de Morena hacia los comicios de 2024, es la premura innecesaria con la que se quiere prolongar el tiempo para que los cuerpos militares continúen en las calles más allá del plazo permitido, de ahí, entonces, que el fondo que buscan es otro, el de provocar un cisma o el final de la coalición de los partidos opositores al partido en el poder.

Fue vergonzante el pasado miércoles 21 cuando Morena y sus compinches regresaron a comisiones del Senado el dictamen de reformas al artículo 5º transitorio del decreto constitucional para alargar hasta 2028 el uso de las Fuerzas Armadas en labores de seguridad pública, al no conseguir las dos terceras partes de los votos presentes. Quieren tiempo para “comprar, cooptar, chantajear, quitar candidaturas”, acusó la oposición.

Al faltar año y medio (marzo de 2024) para que finalice el permiso constitucional de que la milicia siga en las vías públicas, se comprueba que la urgencia no es esa sino dividir a los partidos opositores desde ahora para impedir que sigan fortaleciéndose hacia los comicios de 2023 cuando se renovarán las gubernaturas del Estado de México y Coahuila, pero principalmente desarticularlos para las elecciones presidenciales de 2024.

Todas las señales denotan que el político tabasqueño sabe y considera que su administración va de mal en peor, que si fuera verdad que su imagen está bien (aceptando sin conceder), la suma con su cuestionado gobierno no le da la fuerza ni los votos suficientes para cruzarse de brazos y quedarse inmóvil en espera de que sus adversarios continúen creciendo y robusteciéndose para en 2024 arrebatarle la presidencia de la República.

La semana próxima volverá a sesionar la Cámara Alta en otra intentona de Morena para sacar adelante la enmienda constitucional en mención, muy probablemente con los votos comprados o conseguidos bajo amenaza o extorsión, suficientes para cumplirle el gusto a Andrés Manuel, pero principalmente para debilitar y separar la alianza que iba muy bien hasta el cambio de Alito, seguramente forzado, que los mantiene en vilo.

Es válido que el Presidente pretenda que el partido político al que pertenece conserve el máximo cargo público en su país, pero de ninguna forma que descuide la gran responsabilidad conferida por “el pueblo bueno” ni use la fuerza y la investidura oficial para satisfacer sus caprichos, como ha sucedido desde el mismo día en que tomó posesión como Mandatario hace casi cuatro años.

Es ilícito e injusto que el gobernante tabasqueño permanentemente satanice, golpee y haga escarnio de personas, periodistas, empresarios y políticos que no están de acuerdo con su administración, particularmente con su estilo de gobernar, en sus conferencias mañaneras y en todas sus declaraciones públicas ante los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales, en lugar de dedicarse a gobernar.

Efectivamente muchas de las políticas que emplea Andrés Manuel tienen el sello priista, sin embargo, sin justificarlas, fueron producto de la época, no había el avance democrático que teníamos hasta antes de que iniciara la era de López Obrador y de Morena, amén de que ningún Presidente quiso convertirse en dictador ni perpetuarse como él aspira. Hay que recordar que el PRI, precisamente por sus prácticas de corrupción, arbitrariedad y prepotencia perdió el poder a sus 71 años, Morena podría irse a pique en tan solo 6 años.