Fernando Castillo*
Seguimos en contingencia sanitaria y no sabemos cuándo regresará a la “normalidad” la situación. Tal vez nuestra normalidad sea así, a la expectativa de una muerte más, mil contagios más, 10 mil sospechosos más. Dicen que la realidad supera a la ficción y ni el peor escenario de cualquier película de riesgo biológico podría haber plasmado tal cual la desesperación que vivimos actualmente.
¡Calma! Tampoco es como que desee alarmarte y sumarme a la marejada de noticias que día a día nos abruman en los tabloides, en la web, en redes sociales y en nuestros propios servicios de mensajería instantánea.
Todo esto ha configurado un manjar funesto no solo para la mente de cada individuo sino que ha abonado una desesperanza incontenible para los empresarios y la actividad económica del país.
Sin duda, la crisis del covid-19 ha puesto de manifiesto no sólo los riesgos de la salud mental de los seres humanos, sino también los riesgos de todo aquello que comen. ¿Por qué? ¡Sencillo! principalmente afecta a las personas con sobrepeso, diabetes o que padecen enfermedades cardiovasculares. Cada una de las anteriores está intrínsecamente relacionada con la deficiente alimentación que tenemos.
Es evidente que la respuesta está prácticamente ante nosotros y nuestro problema: Debemos mejorar nuestra alimentación para mejorar nuestra salud y disminuir los riesgos contra el covid-19.
Así es, el covid-19 es la oportunidad perfecta para sanar muchos aspectos de nuestra vida, en especial el alimenticio. Y no sólo hablo de casa, sino, generar un cambio desde el eslabón principal de la cadena: los agricultores; que produzcan más variedades de alimentos y que fortalezcan la colaboración entre diferentes sectores de la industria alimentaria, logrando así la sostenibilidad y resiliencia ante situaciones adversas como esta.
Esta medida también puede beneficiar a sectores como el restaurantero, pues sí proporcionan alimentos más sanos sería esencial su apertura permanente. De acuerdo con datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), en su reporte Situación alimentaria mundial, el declive en las ventas de alimentos entre enero y mayo de 2020 ha afectado gravemente la economía y el sustento de quienes viven de este sector económico, sencillamente porque para el cultivo y su cosecha se emplea en su mayoría mano de obra migrante que, evidentemente, no ha podido desplazarse para formar parte de la ya conocida población oscilante que va y viene en busca de trabajo agrícola al extranjero.
“Al menos 14,4 millones de habitantes de los 101 países importadores netos de alimentos podrían sufrir desnutrición como resultado de la crisis económica generada por el COVID-19”, estima la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
Recientemente, en una entrevista radiofónica la directora del Instituto Colimense del Deporte habló respecto a la apertura de espacios para recreación bajo medidas muy estrictas. También especificó que no está aún permitida la operación de gimnasios debido a que son espacios cerrados donde hay un mayor riesgo de contagio. Al respecto un conocido me increpó que “todo mundo necesita trabajar”.
En efecto, todo mundo necesita trabajar y en consecuencia los Gobiernos a cualquier escala deben no sólo proporcionar a corto plazo apoyo financiero a personas y empresas afectadas por la pandemia, sino tomar las medidas preventivas necesarias para evitar una crisis alimentaria. Es decir, en lugar de interrumpir el comercio, las autoridades deberían facilitarlo, mejorar la coordinación, medidas de higiene, intercambio de información entre diversos sectores y sobre todo del sector alimentario a nivel local.
Todo va de la mano y el estancamiento de un sector hace que todo se desbalancee. Desatorar este estancamiento económico necesita decisiones contundentes desde diferentes sectores, desde diferentes fuertes: estudios sobre más alimentos saludables que nos proporcionen una dieta más diversa, sana y balanceada, fomentar sistemas de siembra y producción que permitan que los suelos se regeneren en nutrientes y mejore su calidad, y sobre todo poner en la agenda política mundial la investigación agrícola.
*Fernando Castillo es licenciado en Lingüística y productor de noticias de ZER Informativo Colima. Envía tus comentarios a fernando_castillo@ucol.mx.