Héctor Sánchez de la Madrid
Uno de los postulados de la política del presidente Andrés Manuel López Obrador es: “abrazos, no balazos”, en referencia a su posición presidencial sobre el crimen organizado, sin embargo, no tiene la misma postura respecto a algunos personajes de la política, la Iniciativa Privada y el periodismo, a quienes directamente, mencionando sus nombres, los insulta en su programa mañanero.
El Mandatario considera que violencia engendra violencia, lo cual en algunos casos es cierto, pero confunde la magnesia con la gimnasia, ya que una cosa es combatir ilegalmente a los delincuentes, con dureza y sin tener un plan específico; otra es la aplicación llana de la ley a quienes cometen delitos, que es lo que no entiende ni cumple el cacareado Gobierno de la Cuarta Transformación.
Desde luego, para disminuir los índices de criminalidad se requiere atacar las causas y no los efectos, lo cual no se puede lograr en el corto tiempo sino a mediano y largo plazo, para ello se deben llevar a cabo dos acciones: la primera, eficientar el trabajo de las diferentes fuerzas de seguridad para frenar y bajar la comisión de crímenes; la segunda, efectuar una estrategia integral para reconstruir el dañado tejido social.
Nada de lo anterior se está haciendo, ya que no se combate a los cárteles, por tanto no se respeta ni se aplica la ley; la Guardia Nacional, la Marina y la Defensa Nacional tienen órdenes de no contestar agresiones, de soportar empujones, mentadas de madre y persecuciones de los malandrines; tampoco se han creado estrategias públicas para reparar los cimientos y vínculos de la sociedad civil en general.
El Presidente sostiene a capa y espada su política de “abrazos, no balazos”, a pesar del incremento de homicidios dolosos y el fortalecimiento del crimen organizado en todo el país, pero no sólo ha hecho eso, sino ordenar la liberación de Ovidio, hijo del Chapo Guzmán; acordar el saludo de la mamá del capo para recibir una carta de ella en la que le pide su libertad (algo que no está en sus manos, pues se encuentra encarcelado en Estados Unidos); al igual que sugerir se le nombre como “el señor Guzmán Loera”.
Por si no bastara esta confusión intrincada que nadie entiende, el Mandatario se dedica permanentemente en sus conferencias mañaneras a difamar, calumniar, injuriar, amenazar, a quienes discrepan de su administración o a quienes en el cumplimiento de su trabajo como analistas y comunicólogos, denuncian, con pruebas y testigos, ilícitos e irregularidades de algunos de sus familiares y colaboradores cercanos.
Como ningún otro Presidente, se ha peleado con empresarios, periodistas, empresas de distintos ramos, instituciones públicas y organizaciones ciudadanas, políticos nacionales o estadounidenses, citándolos por sus nombres, algo incomprensible para cualquier inteligencia sana, sin embargo, nunca ha tocado a los personajes del hampa, por alguna extraña razón desconocida. A unos los acosa verbalmente, a otros los protege con su silencio.
Acercándose a cumplir 4 años en el poder presidencial, López Obrador se muestra en ocasiones respetuoso de sus adversarios, de quienes tienen otra ideología y concepto de nación, pero de inmediato le aflora su aversión al PRI, en el que nació políticamente; al PAN, antípoda de la izquierda en la que milita desde 1988; al igual que al sector empresarial que aborrece sobre manera.
Su discurso ambivalente se mueve como péndulo entre “abrazos, no balazos” hacia los mafiosos, con el de difamar y calumniar a quienes ni siquiera son sus adversarios, simplemente piensan diferente y externan su opinión ejerciendo su derecho a la libertad de expresión. Sin duda alguna, siembra el odio y la división entre los mexicanos, clasificándolos como fifís y chairos, conservadores y liberales, ricos y pobres.
Esa posición repetida una y otra vez en sus intervenciones mañaneras ha generado un ambiente de ruptura y confrontación entre los mexicanos como nunca antes habíamos vivido en nuestro país, que pudiera agudizarse más temprano que tarde en el tiempo que le resta al mandato del político tabasqueño y estallar en una guerra fraticida de consecuencias funestas. Lo peor es que parece estar consciente de ello.
El discurso de encono y discordia del Mandatario se ha extendido por toda la nación y metido en la piel y las entrañas de millones de ciudadanos que creen y apoyan la política de separación y más grave aún de enfrentamiento entre nosotros mismos, cuando lo que necesitamos es la unión y el trabajo de todas y todos. El rencor que Andrés Manuel ha creado entre las y los mexicanos es tan grande que ni él mismo podrá detenerlo si no cambia pronto su proceder, lo cual no creo que suceda.