Por Héctor Sánchez de la Madrid

Por diversos motivos Patricia y yo hemos viajado a Guadalajara durante este año, cada vez con mayores peligros, dificultades e incomodidades, sin que leamos, veamos o nos enteremos que alguna autoridad, federal, estatal o municipal, estén haciendo algo para solucionar los problemas crecientes de movilidad en la entrada y salida a la gran urbe que se ha convertido en las últimas décadas.

En los lustros anteriores, por lo menos tres o cuatro, tuvimos varias salidas al extranjero, visitando ciudades grandes y medianas con la misma problemática, el incremento exponencial de personas y de automóviles en las calles, avenidas y carreteras, al igual que los aeropuertos que cada vez se vuelven más insuficientes ante el crecimiento acelerado de vuelos y usuarios.

El aumento demográfico se multiplica geométricamente en la inmensa mayoría de países, sobre todo en los que menos recursos tienen, en una carrera que no tiene fin ni control alguno. A ningún gobernante en el mundo le interesa, menos le preocupa, el incremento poblacional, origen y causa de todas las crisis que sufrimos en el orbe entero, principalmente los relacionados a comunicación y transporte.

En 1950 la población mundial era de 2,600 millones; en 1987 alcanzamos la cifra de 5,000 millones; en 1999 éramos 6,000 millones; en 2011 llegamos a 7,000 millones y para el 15 de noviembre próximo alcanzaremos la cantidad de 8,000 millones de personas. En 1850 había 1,262 millones de seres humanos en el planeta, lo que significa que hemos crecido más de 6,738 millones en 172 años.

La Ley de Malthus presagiaba en el siglo XVIII que los recursos naturales no serían suficientes en el futuro para alimentar a la población que se duplicaba cada 25 años, basada en los números de Gran Bretaña de esa época, sin embargo, su teoría fracasó porque no tomó en cuenta el avance tecnológico y el control de la natalidad, que si bien este último no se aplica como debiera ser, sí ha reducido esa tesis demográfica.

¿A dónde vamos a parar? ¿Por qué a nadie le importa lo que está pasando? Es indudable que la raíz de los conflictos que tiene el mundo es la falta de planeación poblacional, pero ningún gobernante, grande o mediano busca y encuentra las fórmulas que permitan frenar y regular el crecimiento exponencial que tiene la humanidad. Tampoco hay dirigentes y organizaciones civiles que se aboquen a esta materia.

No entiendo por qué los países que integran el G8, Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Francia, Alemania, Japón, Canadá y Rusia —este último excluido por la guerra contra Ucrania— o las naciones que componen el G20, que son las anteriores más la Unión Europea, Arabia Saudí, Argentina, Australia, Brasil, China, Corea del Sur, India, Indonesia, México, Sudáfrica y Turquía, nunca tratan este tema que es la razón de los demás.

Un obstáculo importante es la posición religiosa de algunos de sus líderes mundiales que están en contra de los métodos anticonceptivos, lo cual hace que millones de mujeres creyentes no sigan esas reglas que podrían disminuir el crecimiento de la natalidad. Es tiempo que el Vaticano se actualice y cambie sus perspectivas, no debe quedarse en el pasado sino adaptarse a la vida moderna, sin perder sus valores intrínsecos.

Somos demasiados seres humanos en el planeta, urge un plan internacional en el que los gobiernos de todo el mundo firmen un acuerdo para que las familias, las parejas, las personas puedan procrear dos hijas o hijos, no más, para ir descendiendo los miles de millones de personas que hoy en día habitan este mundo sobrepoblado y cada vez más inhóspito, para que los futuros hombres y mujeres vivan tranquilos, en paz.

Mientras tanto, México podría implementar un programa para controlar la natalidad y reducir paulatinamente los más de 128.9 millones de habitantes que tenía en 2020, según el censo de ese año. El presidente Luis Echeverría Álvarez fundó en 1974 el Consejo Nacional de Población que puso en marcha una estrategia al respecto y que usó el slogan “La familia pequeña vive mejor”, que dio resultados en la década de los 80.

Asimismo, es inconcebible que el gobierno de Jalisco y los ayuntamientos de Guadalajara, Zapopán, Tlaquepaque, Tonalá, Tlajomulco de Zúñiga, Juanacatlán, El Salto, San Cristobal de la Barranca, Cuquío e Ixtlahuacán de los Membrillos y del Rio, que integran esa gran metrópoli, no hayan previsto el crecimiento de esa importante zona, trazando diagonales y anillos para desahogar la creciente afluencia de automóviles y camiones, pero más todavía es que nada estén haciendo para resolver el espantoso problema de tráfico que tienen y que aumenta aceleradamente día a día.