Héctor Sánchez de la Madrid
Está claro que la visita a Washington, D.C. del presidente Andrés Manuel López Obrador fue un fracaso anunciado por los errores que había estado cometiendo el mandatario mexicano con nuestros vecinos del norte, particularmente con el hoy presidente Joe Biden, desde la campaña de 2020 en la que fue a esa misma ciudad a apoyar a su entonces adversario, el presidente Donald Trump.
López Obrador fue uno de los tres últimos mandatarios que felicitaron a Biden al haber ganado la presidencia de los Estados Unidos de América, los otros fueron Vladimir Putin, de Rusia, y Jair Bolsonaro, de Brasil. Otra afrenta reciente fue condicionar su presencia al presidente de EUA en la reunión de Los Ángeles de la Cumbre de las Américas si no invitaba a los dictadores de Cuba, Venezuela y Nicaragua.
Tres senadores, dos republicanos (Ted Cruz y Marco Rubio) y uno demócrata (Bob Menéndez), acusaron al presidente de México de tener nexos con cárteles mexicanos, así como apoyar a los autócratas mencionados, congratulándose el último de los republicanos señalados, de su ausencia a la reunión de jefes de Gobierno y de Estado, ministros de Asuntos Exteriores y altos funcionarios de América y el Caribe.
El mandatario de México se enfrascó en dimes y diretes con los senadores emplazándolos a que probaran la primera de sus denuncias, esto es, su relación con el crimen organizado, no así la segunda que está más clara que el agua purificada. Hasta ahora los legisladores estadunidenses no han aportado pruebas, aunque por los hechos, como la liberación de Ovidio, hijo del Chapo Guzmán, y el saludo del Presidente a la mamá del capo, lo ponen en duda.
Andrés Manuel, al igual que los sátrapas Miguel Díaz-Canel, de Cuba; Nicolás Maduro, de Venezuela; y Daniel Ortega de Nicaragua, fueron los gobernantes que no asistieron a la Octava Cumbre de las Américas, enviando el primero como representante a su canciller Marcelo Ebrard Casaubón; los otros, carentes de la mínima regla de cortesía, no mandaron a ningún sustituto.
El encuentro entre López Obrador y Biden tenía que salir mal, aunque a su regreso el mexicano haya dicho que le fue bien. Para empezar, el alojamiento de Andrés Manuel y su señora fue en un hotel y no en la Casa Blair, destinada para invitados especiales del presidente de EUA; enseguida, la bienvenida en la Casablanca, la dio el jefe de protocolo, no Biden y su esposa. El ingreso tampoco fue por la entrada principal.
El escenario de la famosa y conocida Oficina Oval del presidente de Estados Unidos de América, la más poderosa del mundo, sirvió para exhibir la falta de nivel del presidente de México, quien portaba un saco muy mal cortado que no requería un botón abrochado, al que le salía por debajo una corbata espantosa color verde, los zapatos feos y sin bolear, hundido en el sillón, con los hombros encogidos y los pies con las puntas hacia dentro; mientras, Biden portaba un impecable traje azul, desabrochado, una corbata preciosa del mismo tono que hacía juego, mocasines brillantes, cruzado de piernas (se le subía el pantalón y enseñaba la pantorrilla), elegante, sentado perfectamente, pegado al respaldo del sillón, se notaba la diferencia entre ambos mandatarios.
La plática del presidente estadounidense versó sobre la problemática en general que tienen sendos países y mostró disposición en hacer los arreglos necesarios para resolverlos, aunque se cuidó de comprometerse más allá de lo planeado. Por su parte, López Obrador sacó del interior de su saco varias hojas sueltas que empezó a leérselas a su anfitrión, en las cuales hizo referencias históricas de situaciones similares que habían atravesado nuestras naciones, colocando a China en un sitio superior a EUA, lo que provocó que Biden lo corrigiera sutil pero firmemente. Fue inoportuna su mención a “los conservadores”, con su acostumbrada sonrisa irónica.