En solfa
Por Héctor Sánchez de la Madrid
A 9 meses y 24 días de la elección presidencial y a 13 meses y 22 días de terminar el mandato constitucional del presidente Andrés Manuel López Obrador, no solamente persisten las crisis de corrupción, de inseguridad, de salud, de educación, del campo, de todos los rubros públicos heredados por el mandatario Enrique Peña Nieto, mecenas político del tepetitense, sino que se han agravado todas y cada una de ellas.
Cerca de transcurrir el penúltimo tramo de su sexenio, López Obrador continúa destruyendo un sistema político y administrativo que estaba funcionando cuando entró, que requería limpiarlo, corregirlo, actualizarlo, adelgazarlo, complementarlo, pero no inutilizarlo, desmembrarlo, centralizarlo, creando dependencias estériles como el Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado, por poner un ejemplo.
Son escasas las acciones de su gobierno que hayan rendido buenos resultados, casi todas fueron mal planeadas y peor decididas, empezando por la cancelación del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México por supuestos actos de corrupción que jamás se denunciaron ni probaron; al contrario, ahora sus hijos José Ramón y Andy están envueltos en negocios donde están claros los conflictos de intereses.
Su rechazo a respetar la Constitución y las leyes que de ella emanan es obsesivo, no entiende que el país y el mundo entero, salvo en los lugares donde imperan las dictaduras, se rigen por normas e instituciones que los ciudadanos y las autoridades (así sea la máxima) tenemos que acatar lo dispuesto en ellas, nos gusten o no. El sistema legal nace en el Legislativo, lo conduce el Ejecutivo y lo hace cumplir el Judicial, así de claro.
Es alarmante y lamentable que la primera autoridad en la nación, esto es, el presidente de la República, no comprenda la división de poderes y lloriquee porque el Instituto Nacional Electoral, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y la Suprema Corte de Justicia de la Nación reciban denuncias y resuelvan en su contra de acuerdo a las leyes que los regulan. No es un caso, son muchos los que ha protestado.
Lo peor no es lo anterior, que de por sí es grave, sino que además no acata las resoluciones, las desobedece flagrantemente e inclusive se pitorrea de los fallos electorales y judiciales. Todo ello en el show de sus mañaneras insoportables que muestran en proyección nacional a un mandatario obnubilado y desquiciado por los frenos que le ponen las ejemplares autoridades mencionadas y porque el tiempo inexorable se le acaba.
Un caso más es su intervención para adelantar el ilegal y desigual proceso de sucesión presidencial, obligando a los partidos oficiales y opositores a crear procedimientos y figuras políticas que no están contemplados en las normas electorales. También, desde el estudio de televisión instalado en Palacio Nacional dedica alrededor de tres horas, de lunes a viernes, a pisotear leyes, fallos, autoridades, aspirantes y ciudadanos que no comulgan con él.
Pero no es todo lo que ha hecho mal el presidente Andrés Manuel, pues desde sus mañaneras se ha dedicado cotidianamente a difamar y calumniar a la senadora Xóchitl Gálvez Ruiz, a quien acusa de ser la representante de la oligarquía mexicana en el proceso señalado, cuando fue él quien la promovió a la candidatura de la oposición al negarle el amparo de la SCJN que le ordenaba al mandatario le concediera su derecho a réplica.
López Obrador no esperó mucho tiempo para la respuesta de Xóchitl Gálvez, puntera a la candidatura del Frente Amplio por México, quien haciendo gala de su inteligencia, capacidad y buen humor lo denunció ante el INE y el TEPJF por violencia política de género, además de calificarlo de misógino y “machito”, que no le tiene miedo y que se encontró “con la horma de su zapato”. Ahora sí se le apareció a López Obrador su Némesis.
Por último está el tema de los libros de texto gratuitos, coordinados por un telefonista, una tallerista y burócratas sin título profesional y dirigidos por un exfuncionario de los regímenes de los dictadores socialistas de Venezuela, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, lo que explica los principios políticos que le imprimieron a los libros de texto para niños de primaria y adolescentes de secundaria, radicalizando e ideologizando la enseñanza a infantes.
Por si fuera poco, se reducen sustancialmente asignaturas importantes como las matemáticas y se eliminan nombres de mexicanos ilustres como el Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz, para sustituirlo por un director de cine, músico y artista plástico, Sergio Arau, coautor con Jacob Esther de un poema “Amores del toma y dame”, relacionado con fanáticos de Andrés Manuel y Claudia Sheinbaum. Además, los libros tienen errores en la ubicación de los planetas en el sistema solar y hasta en la fecha del nacimiento del benemérito de las Américas, Benito Juárez García, por cierto, figura excelsa que admira el presidente López Obrador quien prometió seguir sus pasos sin conseguirlo. Todo un desastre resultó Andrés Manuel, sin embargo, se veía venir.